Quizás mantengo este discurso porque, cuando yo era niño, la educación permanecía radicalmente ajena a la vida. O quizás porque es algo que he seguido observado con la educación de mis dos hijas, pues, según mi percepción, en el fondo, poco habían cambiado las cosas en estas décadas.
Poquísimas cosas hay en nuestra sociedad como la educación de nuestros hijos.
De momento, parece que, al menos como sociedad (aunque, obviamente, hay muchos profesionales magníficos) no lo hemos logrado, que no somos capaces de dar con la tecla, que no lo hacemos demasiado bien.
Esperemos que esto pueda cambiar en el futuro.
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